Tres pares de zapatillas,
dos pares de zapatos de profesor,
dos pares para jugar fútbol,
dos sandalias y unas pantuflas.
Soy una mujer.
Aquellos que refrenan su deseo lo hacen porque éste es lo bastante débil para ser refrenado.
Tres pares de zapatillas,
dos pares de zapatos de profesor,
dos pares para jugar fútbol,
dos sandalias y unas pantuflas.
Soy una mujer.
Yo no quiero ser tu profesor,
ni muchos menos enseñarte.
Quiero ser el hombre
que te acompañe en el proceso
de encender la llama de la pasión y el placer,
encontrar juntos el orgasmo de la vida
y resignificar la palabra amante.
Fue una pelea de tinte fálico
acerca de quien te iba a pisar primero.
Y a mi esa lucha no me importa,
porque lo que más me gusta es poder
contemplarte, soñarte y dedicarte.
Alumbrarme con tu linda luz
y poder amarnos junto a los astros en lo alto,
sintiendo con ello que vuelo
hacia la inmensidad del universo,
hacia el conocimiento de tu cuerpo.
Desde que trajiste el sol
el verano parece verano
y la ciudad no es más nubosidad.
Las noches son más calurosas
y los rayos solares queman la piel,
pero ello poco importa,
porque desde el momento
en que estuviste en mi cama,
morir sudado y deshidratado
no me importaría.
Y el infierno de Dante se hizo presente,
pasando de la literatura al centro del desierto
consumiendo a su paso los recuerdos materiales
que dolerán aun más por su ausencia
cuando el Alzheimer toque con fuerza nuestras puertas.
Me enamoro todos los días,
me enamoro constantemente.
De lo simple,
de sonrisas de mujer,
de los juegos de niños,
del sonido de las olas
y tus gemidos
en mi alcoba.