Podría haber
viajado ese fin de semana solamente noventa minutos y estaría saltando en el
tablón (me encanta seguir refiriéndome así a los asientos del estadio a pesar
de la modernidad, pero ya sabes, no es fácil cambiar las canciones a esta
altura del partido), pero decidí viajar once horas en bus y estar contigo papá,
presenciando el clásico nuevamente juntos, esta vez no en la galería sur (¿Recuerdas
el gol de Rivarola?), sino que amontonados en una cama de plaza y media
frente al televisor en Nantoco.
Que peripecias no nos mandamos
para ver el partido, ¿A qué desalmado se le ocurre robar alambrado de
cobre y dejar a casi una ciudad entera sin electricidad horas antes de un superclásico?
Que no cunda la desesperación, cambio de planes, salgamos de la ciudad,
todos al chanchito de tierra, guardemos la java y las empanadas de la tía
Angelita y partamos donde Juanito, a él no se le cortó el servicio eléctrico,
¡Gracias a las divinidades!
En un arrebato de segundos de
estupidez, una vez finalizado el encuentro, me recriminé mentalmente por no
haber estado físicamente ese 29 de abril en el Nacional… pero al mirar tu
bigote eterno sonriendo, comprendí que el compartir contigo es lo que más me
gusta del fútbol. Es lo que más me gusta en la vida.
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